«El tallercito de Dios» fue el nombre que George Washington Carver le dio a su laboratorio. Fue allí adonde el famoso científico pidió en oración descubrir los usos de lo que entonces era un cultivo humilde y sin valor: el cacahuate.

«Amado Señor Creador —comenzó diciendo el humilde hombre— por favor dime para qué fue hecho el universo.»

«Pide algo que armonice más con esa mentecita tuya», —respondió Dios.
Así que Carver lo volvió a intentar. «Amado Señor Creador, ¿para qué fue hecho el hombre?»
De nuevo, el Señor respondió: «Hombrecito, preguntas demasiado. Reduce la amplitud de tu petición y mejora tu intención.»

Así que el científico lo intentó una vez más. «Entonces, Señor Creador, ¿me dirás por qué se hizo el cacahuate?»
«Eso está mejor» —dijo el Señor. Y a partir de ese día, ¡Carver comenzó a descubrir más de 300 usos para el humilde cacahuate!
¿Qué es lo que George Washington Carver y el rey Salomón tienen en común? Ambos pidieron un corazón atento. En 1 Reyes 3:6-9, Salomón reconoció que la bondad de Dios para con David se debió a la fidelidad de su padre hacia Dios, la cual se manifestó en acciones justas y actitudes rectas de corazón. También le preocupaba que pudiera actuar de manera eficaz como representante de Jehová. Su responsabilidad como líder y juez del pueblo de Dios pesaba enormemente sobre él.

Así que le pidió un «corazón atento», sintonizado con la voz de Dios, para poder dirigir a Israel como Dios lo deseaba. Reconoció su dependencia de Él al referirse a sí mismo como siervo de Dios (1 Reyes 3:7-8). Como resultado de ello, Dios le concedió su petición y le dio gran sabiduría.

Dos hombres pidieron un corazón atento. Dios le dio a uno el privilegio de descubrir el valor del cacahuate, y al otro le dio sabiduría sin medida.

Me pregunto lo que Dios nos daría a nosotros si le pidiéramos un corazón atento hoy. Si necesitas sabiduría, pídesela, y Él te la dará con alegría (Santiago 1:5).  —MW