Apesar de las repetidas advertencias de salud acerca de los peligros del exceso de exposición al sol, los habitantes del norte se escapan a las playas del sur cada invierno y primavera para aliviarse del frío y adelantar sus bronceados de verano.
A fin de prepararse con anticipación, muchos van a solariums para evitar sentirse avergonzados de tener una piel blanca y pálida, y el dolor de una severa quemadura de sol. Se aseguran de que cada pedazo de piel quede expuesto a la luz para no terminar con alguna vergonzosa marca blanca.
Imagina si los creyentes en Jesús fueran así de diligentes en cuanto a exponerse a la luz de Dios. En su carta a los creyentes que vivían en Éfeso, el apóstol Pablo dijo: «Y no participéis en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien, desenmascaradlas» (Efesios 5:11).
Así como algunas personas siguen regresando a los solariums para mantener su piel bronceada, nosotros necesitamos exponernos con regularidad a la luz de la Palabra de Dios para mantener nuestro corazón en la Luz.
Jesús dijo: «Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios» (Juan 3:20-21).
Nuestro Señor obra en nosotros y con nosotros para revelar el pecado oculto en nuestra vida y deshacerse de él. David oró: «Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno» (Salmo 139:23-24).
Cuando nos exponemos con regularidad a la luz de la Palabra de Dios no tenemos problema para ver nuestro pecado, y no tenemos razón para ocultarlo, por cuanto lo que la Biblia ilumina puede ser erradicado por Jesús.
Demasiada exposición a la luz del sol pone en peligro la salud física. Muy poca exposición a la luz del Hijo hace peligrar la salud espiritual. —JAL