En los años 70, el gracioso dúo conformado por Tommy y Dickie Smothers —Los Hermanos Smothers— contaba continuamente un chiste que siempre provocaba carcajadas. Uno de ellos decía: «Mamá siempre te quiso a ti más.» Luego los hermanos peleaban en cuanto a quién quería mamá más en realidad en base a cómo los trataba ella cuando eran niños.
El otro día pensé en eso cuando leí esta frase filosófica colocada de manera llamativa en el parachoques de un automóvil: «Jesús te ama, pero yo soy su favorito.»
Esa es una manera de pensar acerca de Dios que yo no había considerado antes. Podría estar sugiriendo que Jesús tiene favoritos, que es como una maestra de escuela que favorece más al alumno que hace la tarea y es amable en clase, que al que llega tarde todos los días, no tiene su libro de texto, no ha hecho su tarea o no tiene una buena actitud. O simplemente podría tratarse de una manera bromista en la que el propietario del adhesivo para el parachoques proclama: «Jesús me ama, me ama de verdad, y su amor me hace sentir como que soy su persona favorita.»
Yo me inclinaría por la segunda de las interpretaciones. El amor de Dios no es un combate competitivo. No nos corresponde a nosotros pasarnos el día sentados sin hacer nada y preguntarnos si Dios me ama más a mí de lo que te ama a ti. O si amó a Pedro más que a Bernabé. O si se deleita en las oraciones de Billy Graham más de lo que disfruta saber del muchacho al final de la calle que administra la tienda donde se cambia el aceite.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que cada uno de nosotros es un favorito de Dios. Él nos ofrece a cada uno un amor incondicional e inagotable. Prometió que nunca nos dejaría. Envió a su Hijo para que muriera por todos nosotros.
¿Eres el favorito de Dios? Sí. Él no podría amarte más. —JDB