¿Cuánto más me hundiré en las tinieblas del pecado? ¿Cuánta más oscuridad habrá? Tanta que me ciega. Me envuelve, penetra dentro de mí, en cada uno de mis poros, ahogándome, arrastrándome hacia abajo. Y sin embargo, le doy la bienvenida. ¿Por qué?
Porque es más fácil, más fácil que admitir, más fácil que pedir ayuda, más fácil que ser dependiente, más fácil que ir contra mis principios. Más fácil que ser diferente.
¿Cuánto más frío hará mientras me hundo en el abismo que me envuelve? A mayor profundidad, más frío. El frío me llega a los huesos y sigue entrando dentro de mí. Hasta que toca lo más recóndito de mi ser, donde nada debe aventurarse excepto Tú.
Envuelve sus tentáculos alrededor de mí, me limita. Y la oscuridad regresa, aún más negra. ¿Cuánto tiempo esperaré antes de soltar la respiración y levantar mis manos al cielo? ¿Antes de cerrar los ojos apretándolos para que caigan las lágrimas? ¿Antes de apretar los dientes cuando mis rodillas den contra el suelo y me arrepienta… y lo haga en serio?
Tus brazos rompen la superficie. La luz del sol danza en las ondulaciones.
La Luz abre mis ojos y soy atraído hacia Ti.
Dejo la oscuridad atrás, atraído desde la niebla hacia el aire
limpio… frío, vigorizante y fresco.
Y me abrazas para protegerme del frío.
Más tarde, no estás lejos mientras me observas. Nunca lo estás.
Me aventuro al borde como tantas veces lo había hecho antes.
Veo en las profundidades adonde tantas veces había estado antes, y mis pies resbalan en el lodo.
Clamo a Ti y me atrapas.
Y lloro porque estuve muy cerca y sé que lo estaré de nuevo.
Y de nuevo, Tú estarás allí.
Pero la próxima vez, la próxima vez, ¿te llamaré?
¿O me dejaré caer? —Cristina Collesano, Michigan