En mi país, Singapur, una persona es ciudadana si ha nacido allí. Pero un extranjero puede obtener la ciudadanía luego de haber cumplido con ciertas condiciones establecidas por el gobierno. En cualquier caso, la persona lleva consigo ciertos documentos para demostrar que su ciudadanía es legalmente aceptable. Pero además de los documentos acreditativos, la verdadera prueba de ciudadanía es si una persona obedece las leyes del país y cumple con todas las responsabilidades que se requieren de ella. Para mí, ningún ciudadano leal menosprecia a su propio país y a sus líderes, ni se comporta de manera contraria a la posición que se espera de él.

Del mismo modo, los cristianos son ciudadanos del cielo. Por medio de la muerte y resurrección de Jesús, Dios cambió nuestra condición de extranjeros a ciudadanos. Se nos ha perdonado  declarado legalmente «hijos del reino de Dios». Pero como personas individuales, todavía se requiere de muchos cambios, ya que aún no somos perfectos. Nuestra vida diaria tiene un largo camino por delante para ajustarnos a nuestra posición actual delante de Dios. Con la ayuda del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios, crecemos para llegar a ser ciudadanos comprometidos del cielo, amando y obedeciendo a Dios como nuestro Rey, y cumpliendo con nuestras responsabilidades como sus leales súbditos.

En su carta a los filipenses, Pablo quería que los creyentes entendieran que la ciudadanía celestial afecta la manera en que pensamos y vivimos. Nuestro destino es diferente al de los que están en el mundo. Nuestros deseos deben ser diferentes también. Los cristianos no deben ser ajenos a estas cosas, porque la ciudadanía tiene sus responsabilidades.

Pero hay algo fascinante acerca de los cristianos. Vivir nuestras responsabilidades como creyentes y luchar contra el pecado no son acciones sin esperanza. A diferencia de muchos que están inundados de incertidumbres, nosotros podemos esperar el futuro con entusiasmo. Jesús nos transformará para ser perfectamente justos. Esta esperanza nos debe mantener caminando fielmente como ciudadanos celestiales en este viaje terrenal.  —LCC