Rob y yo fuimos compañeros de cuarto durante un semestre en una universidad cristiana. Aunque éramos dramáticamente distintos, ambos luchábamos con las mismas dudas sobre nuestra fe en Cristo.

Cada uno de nosotros veía la vida como una prueba, lo cual es cierto en muchas formas. Pero cada prueba debe venir con una respuesta. Para cada pregunta perturbadora que la vida nos arroja, debe haber un pasaje específico de la Escritura con una respuesta concreta, digamos, x = 9.

Sin embargo, la Biblia es extraordinaria en lo que no nos dice. Rob y yo no podíamos aceptar eso. No entendíamos por qué Dios no hacía que todo fuera absolutamente claro para nosotros. ¿Por qué luchábamos con el pecado? ¿Cuándo «llegaríamos» como gigantes espirituales con todas las respuestas?

Desarrollar la fe se parece mucho a desarrollar los músculos. Si nunca ejercitamos nuestra fe, se reduce a algo inútil. Mientras mayor sea la prueba, más firme será nuestra fe. ¡Hasta cuando pensamos que hemos fracasado!

Dios nos pone en situaciones en las que nunca hemos estado para que tengamos que depender de Él. Nos hace desafíos que sabemos no podemos manejar solos. Nos plantea preguntas que van mucho más allá de nuestra capacidad de responder. En pequeñas formas, nos pone adonde estaba Job.

Después de perderlo prácticamente todo sin que fuera su culpa, Job quería recibir respuestas de Dios. Pero en vez de eso recibió más preguntas: ¡cuatro capítulos de preguntas! «¿Dónde est tú cuando yo echaba los cimientos de la tierra?» —preguntó Dios (Job 38:4). «¿Te han sido reveladas las puertas de la muerte?» (v.17).

¿Y cuál fue la respuesta de Job? «Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza» (42:6). Dios con el tiempo bendijo a Job con más riquezas de las que tenía antes y mucho más allá de sus expectativas.

Rob y yo sobrevivimos nuestra crisis de alma para proseguir a pruebas mayores de fe. Pero nunca olvidaré algo que dijo durante una de nuestras conversaciones: «Si no tuviera una fe qué dudar, no dudaría de mi fe.» Mantén la fe, incluso si la duda toca a tu puerta.  —TG