Cuando escribo este artículo me encuentro en Minsk, Bielorrusia, impartiendo clases en una universidad bíblica. Tenía la mañana libre, así que me fui a dar una larga caminata. La ciudad fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial y desde entonces ha sido reedificada. ¡Es hermosa! Me detuve en na catedral de una blanco brillante. Se llama la Catedral del Espíritu Santo, la iglesia ortodoxa rusa más famosa de la ciudad.
Yo he estado en catedrales en Siberia y Moscú, en Roma y Saõ Paulo. Por lo general son frecuentadas por personas mayores que hacen actos de devoción a los santos. Pero en esta catedral vi algo poco usual: gente joven. Una mañana observé a por lo menos a 12 jóvenes involucrados en la adoración. Sus labios pronunciaban oraciones que apenas eran audibles. Observé mientras nunciaban oraciones que apenas eran audibles. Observé mientras se arrodillaban sobre el frío suelo de piedra ante los iconos de los santos. Me quedé mirando cómo los jóvenes, uno tras otro, besaban las pinturas de los santos protegidas por vidrios, o se arrodillaban y besaban los pies de las estatuas. Sus rostros estaban llenos de una devoción elevada. Cuando se fueron, mascullaron una oración final. Algunos dieron rublos a la ancianita que se encontraba mendigando a la puerta de la iglesia.
Admiré profundamente el deseo de aquellos jóvenes de agradar a Dios. Envidié su fervor, su devoción. Pero sabía que podía muy bien estar mal guiado, ser infructuoso y vacío. Los actos de amor y devoción nos pueden hacer mejores personas, pero nunca nos podrían dar salvación. Eso sólo viene por medio de la fe en Jesucristo, Aquel que murió por nuestros pecados y resucitó para darnos nueva vida. Los actos de devoción son el fruto de este nuevo comienzo.
Dios dijo a Israel: «No traigáis más vuestras vanas ofrendas» (Isaías 1:13). Los rituales y sacrificios no significaban nada para Dios porque no estaban apoyados por una creencia. Las obras, por muy devotas que sean, son inútiles sin fe. No salvan a nadie.
Si eres ferviente en tus actos de devoción pero nunca has confiado en Jesús, te estás engañando. Confiar en Él es el único camino a Dios. —DCE