Es el tipo de cosas que vuelve locos a los maestros. Era la temporada de conciertos en la escuela secundaria, y los estudiantes de música se estaban preparando para la gran pre sentación de Navidad. La profesora de música repartió la información que cada estudiante tenía que saber sobre los ensayos, las horas y las responsabilidades. No se limitó a repartir la información una sola vez, sino que entregó copias un par de veces sólo para asegurarse de que nadie tuviera excusas y para que todo el mundo conociera los detalles. Por ejemplo, las notas y las declaraciones de la profesora a los estudiantes comunicaban claramente cuándo sería el ensayo y también que era absoluta e inequívocamente obligatorio.
¿Y qué sucedió el día del ensayo?
Pues, una madre llamó asustada preguntándose a qué hora debía estar su hijo adolescente en la práctica. Se preguntaba cómo iba a saberlo. Otra llamó a la profesora y le dijo: «Vamos a llevar a Tomás a casa de la abuela a pasar el día. Estoy segura de que no importa que se pierda el ensayo, ¿verdad?» Cuando la profesora le recordó amablemente que la práctica ya había comenzado y que si no quería reprobar más valía que estuviera presente, escuchó a a madre decir: «Bueno, ¿por qué nadie me lo dijo? ¿Cómo iba yo a saberlo?»
Debían haberlo sabido porque el mensaje se había transmitido claramente.
Si esto incomoda a la profesora de música, imagínate cómo debe afligir a Dios cuando ignoramos el mensaje que Él tiene para nosotros en la Biblia. ¿Qué debe pensar cuando vivimos por nuestras propias reglas, nos metemos en problemas debido a malas decisiones, y luego decimos: «¿Cómo iba yo a saber lo que Dios quería?»
La Biblia es la nota que Dios nos envía a casa para decirnos exactamente qué espera. Nos enseña cómo tratarnos unos a otros cómo comportarnos de una manera piadosa, y lo más importante, cómo glorificar a Dios confiando en Jesús como Salvador. —JDB