Desde que yo era un niño de dos años hasta que me gradué de la universidad estuve rodeado de personas e instituciones que se distinguían por decir citas y refranes. Entre ellas estaban las siguientes: «Vísteme despacio que tengo prisa.» «Las cosas buenas llegan a los que esperan.» «No sacrifiques lo permanente en el altar de lo inmediato.» «La paciencia es una virtud.»
Las primeras tres las podía entender. Sin embargo, el significado de la última fue incomprensible para mí durante mucho tiempo… hasta que llegué a comprender que una virtud es un rasgo positivo del carácter que uno debe cultivar.
Para entender por qué Dios considera la paciencia importante para el seguidor de Cristo es útil mirar a su contrario: la impaciencia.
En primer lugar, la impaciencia es dañina. Todos los días, periódicos de todo el mundo publican historias de personas que murieron a causa de la impaciencia en la carretera. Tal vez conoz cas a alguien que murió o fue herido porque no quiso esperar. La gente impaciente se arriesga constantemente.
Segundo, la impaciencia es egoísta. El lema no pronunciado de la persona impaciente es: «Yo primero.» Sin duda esa es la razón por la que el apóstol Pablo dijo: «El amor es paciente» (1 Corintios 13:4). Es muy difícil ser amoroso y al mismo tiempo exigir que tus deseos sean complacidos antes que los deseos de los demás.
Tercero, la impaciencia es infantil. Una pataleta típica de un niño contiene este sentimiento: «Lo quiero y lo quiero ahora.» Sin duda alguna, el rasgo más significativo que caracteriza la naturaleza de una persona inmadura es la falta de disposición a esperar. El bebé quiere su leche ahora. El niño de dos años quiere sus juguetes ahora. El adulto inmaduro quiere sus cosas materiales ahora, a menudo metiéndose en grandes deudas porque no está dispuesto a planificar y a ahorrar.
Los resultados negativos de la impaciencia probablemente sean la razón por la que Pablo dijo a Timoteo que ejerciera la paciencia en el desempeño de sus obligaciones como pastor joven. La paciencia no sólo es una virtud; es una manera crítica de vivir la vida cristiana. —DO