En noviembre pasado, mi hija Julie se casó en una playa de la Florida mientras el sol salía sobre el océano Atlántico. Mientras ella y Ewing unían sus vidas en aquella hermoso mañana, yo supe que el suyo sería un matrimonio especial, un matrimonio que honraría a Dios.
He aquí una razón por la que lo sé. La noche antes de la boda, cuando nuestras dos familias se juntaron para una celebración prenupcial, leí una carta que le había escrito a Ewing dándo le las gracias por su carácter piadoso e implorándole que cuidara a mi hija. Después de leer la carta le hice un regalo… en realidad era un regalo de Julie. Era una tarjeta que ella había firmado ocho años antes en la que prometía permanecer sexualmente pura.
Puesto que Julie mantuvo su promesa, fue a su matrimonio con Ewing sabiendo que había honrado a Dios por obediencia y amor a Él. Yo sabía que ese era un componente vital para comenzar un matrimonio de la forma en que Dios quiere que comience.
Así como Julie sabía que esa era la voluntad de Dios para su vida, todos debemos reconocer que la pureza sexual es la voluntad de Dios para nosotros. De hecho, ese es uno de los pocos elementos innegables de la voluntad de Dios que se especifica en la Biblia. ¿Cómo podemos interpretar mal estas palabras: «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual»? (1 Tesalonicenses 4:3). Se necesitan juegos de palabras bien sofisticados para racionalizar ese versículo y que diga cualquier cosa menos esta: Dios quiere que seamos sexualmente puros.
Cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador hacemos un compromiso con Él. Comprometemos nuestra vida a lo que Él dice que es correcto. Nos comprometemos a ser apartados (santificados) y a dedicarnos a vivir piadosamente.
Nuestra sociedad dispara mensajes antipureza a la velocidad de la luz, pero no tenemos que ceder. Puesto que el Espíritu Santo mora en nosotros, tenemos el poder de resistir toda tentación. Podemos contestar el llamamiento de Dios a la santificación (v.7). —JDB