Nuestras madres nos decían todas las noches que nos cepilláramos los dientes antes de ir a la cama. El higienista dental nos dio instrucciones específicas sobre cómo cepillarnos los dientes y usar el hilo dental. ¿Qué podría ser peor que pasarse hilos encerados por entre los dientes? Todo el tiempo nos importunan diciéndonos que tenemos que pasarnos el hilo dental. Nos gusta tener dientes blancos (y ahora hasta los podemos blanquear químicamente). Pero existe una pequeña razón por la que necesitamos obedecer las importunas insistencias: el cepillarnos os dientes puede sacar millones de gérmenes de nuestra boca, lo cual previene las caries, los tratamientos de canal, las coronas y la cirugía oral.

Una persona puede tener una boca que sea más limpia que un auto nuevo y todavía pueden salir de esa boca cosas sucias. Palabras airadas, duras críticas, blasfemias y mentiras pueden salir como una corriente contaminada. Las malas palabras salen de corazones malos. Cuando esa es nuestra condición, necesitamos limpieza.

Dios es el higienista oral máximo. Cuando llama a la gente a servirle, les da un corazón nuevo y espera una boca limpia. Para preparar a Isaías para que hablara Sus palabras, Dios tuvo que enviar a un serafín (un ser celestial) a tomar un carbón encendido del altar y cauterizarle los labios. (Eso suena peor que un tratamiento de canal.) Y con los dedos tocó y limpió la boca del profeta Jeremías (1:9).

El Nuevo Testamento nos recuerda una y otra vez que hablemos buenas palabras. Los escritores de Proverbios nos dicen repetidamente que hablemos lo justo. Y David suplicó a Dios que sus palabras y pensamientos más íntimos fueran aceptables a Él (Salmo 19:14).

¿Tienes una boca sucia? Póstrate delante de Dios y pídele que te perdone y te limpie. Hazlo ahora mismo. No hay necesidad de ese carbón encendido.  —DCE