Mi lugar favorito es un faro que hay al final de un largo muelle en Grand Haven, Michigan. El faro en sí mismo no es nada espectacular, pero es «mi» faro. Yo me crié cerca de allí, y ese símbolo de seguridad junto a la costa era mi guía metafórica en las tormentas de la adolescencia. Era un buen lugar para ir y tener largas conversaciones con Dios.
Los Grandes Lagos están llenos de faros pintorescos que una vez permitían a los capitanes de barcos encontrar puertos seguros. Antes de que existieran los satélites y los sistemas de posicionamiento global, los navegantes confiaban en los faros para que los guiaran a la seguridad cuando las tormentas o la oscuridad les impedían ver la costa. Las estructuras varían en tamaño, forma y color, pero cada una tiene un encanto y una belleza peculiares. En libros y calendarios aparecen fotografías de faros. Algunas personas hasta coleccionan sudaderas y calendarios que tienen faros pintados.
Pero los faros no fueron construidos para ser admirados, sino para guiar a los marineros a un lugar seguro. Hasta se podría decir que cuando la gente los está admirando, no están haciendo su trabajo, pues un faro es más eficaz cuando su luz se ve. Los fotógrafos y los turistas se concentran en el color y la arquitectura; pero los marineros saben que la parte importante es la luz que hay dentro. Sin esa luz, los faros son inútiles.
Hay veces en que nos sentimos inútiles para todo el mundo, incluyendo Dios. Empezamos a olvidar que Jesús dijo que nos otros somos la luz del mundo, ya sea que tengamos ganas o no (Mateo 5:14). Jesús dijo que no debemos ocultar las luces debajo del almud (v.15); tampoco debemos «ocultarlas» pasando tiempo únicamente con otros creyentes. Cuando las luces son más eficaces es cuando están en un lugar oscuro.
CuandoJesús envió a sus discípulos al mundo, les dijo que la gente hallaría a Dios viendo las buenas obras de los discípulos (v.16). Algunos podrían admirarnos, pero nuestro propósito es exhibir la luz que guía a la gente a Dios. —JAL