Durante un viaje que hice a Japón visité un templo que me pareció un poquito raro. Había en el templo cientos de figuras, todas parecían bastante similares, pero eran lo suficientemente distintas como para distinguirlas. Según nuestro guía, los adoradores escogen la figura que más se parezca a un antepasado, y a esa oran.

Aunque eso puede parecer extraño a los que crecimos en el cristianismo, es común para las personas de culturas asiáticas Hace poco leí en el libro True Stories of Transformed Lives [Historias verídicas de vidas transformadas] acerca del estudiante universitario Le Thai. Él había venido a los Estados Unidos desde Vietnam a estudiar. Le Thai adoraba a sus antepasados y encontraba gran consuelo en orar a su abuela fallecida, a quien amaba entrañablemente. Consideraba que esto era personal e íntimo porque estaba orando a alguien que conocía.

Mientras se encontraba en los Estados Unidos fue introducido al cristianismo, el cual consideraba muy raro. A él le sonaba como un cuento de hadas. Pensaba que estaba basado en la manera de pensar americana. Era un adoración foránea.

Pero entonces, un amigo cristiano lo invitó a su casa en Navidad. Allí vio a una familia cristiana en acción y escuchó de nuevo la historia de Jesús. Aunque le parecía muy raro, Le Thai escuchó. Luego comenzó a leer Juan 3 y a hacer preguntas. Se dio cuenta de que nunca había recibido ninguna ayuda de sus oraciones ancentrales, y comenzó a sentir la obra del Espíritu Santo. Finalmente decidió que aquella no era una adoración foránea: era la verdad. Y confió en Jesús como Salvador.

Se necesitó amor, paciencia y una clara explicación del evangelio para contribuir a que Le Thai quisiera explorar el evangelio. Y se necesitó el poder del Espíritu Santo para influenciarlo para que confiara en Jesús. Cuando la gente que conocemos ve al cristianismo como una adoración foránea, necesitamos respetar su herencia al tiempo que le demostramos un amor cristiano genuino e incondicional. Y dejar la verdadera obra al Espíritu Santo.  —JDB