Sophie Scholl era una joven alemana que vivió en los años 40. Ella vio cómo el gobierno de hierro del régimen nazi perjudicaba a su país y tomó la determinación de marcar la diferencia. Ella y su hermano, junto con un pequeño grupo de amigos, comenzaron a protestar pacíficamente no sólo contra las acciones, sino contra los valores que los nazis habían impuesto a la fuerza sobre la nación.
Sophie y los demás fueron arrestados y ejecutados por pronunciarse contra el mal en su país. Aunque no tenía deseos de morir, ella vio que las condiciones en su país debían ser denunciadas, aun si eso significaba su propia muerte.
La historia de Sophie eleva una pregunta de importancia crítica para nosotros también. ¿Por qué causa estaríamos dispuestos a morir? Jim Elliot, Nate Saint, Pete Fleming, Roger Youderian y Ed McCully dieron sus vidas en las selvas de América del Sur porque asumieron el compromiso de difundir el evangelio. Elliot reveló lo que llevó a tal sacrificio cuando escribió: «No es un tonto el que da lo que no puede guardar para sí para ganar lo que no puede perder». El apóstol Pablo lo dijo así: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21).
Hay algunas cosas por las que realmente vale la pena morir, y en ellas ganamos la recompensa de Aquel que declara, «bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21,23).