Los estudios indican que los tamaños de las porciones de comida en los Estados Unidos han aumentado significativamente en años recientes. En vez de una galletita de media onza y 60 calorías, el centro comercial local ofrece una galleta extragrande de 500 calorías. El refresco de 64 onzas que venden en las tiendas tiene 10 veces más las calorías del modelo más pequeño. Hemos agrandado nuestras hamburguesas y papas fritas por tanto tiempo, que las cantidades más grandes parecen ordinarias. Es difícil saber lo que es una porción «normal».
Edith Howard Hogan, de la Asociación Dietética Americana, cree que mucha gente hoy sufre de distorsión en las porciones. «Tenemos que enseñar a la gente lo que es una porción —dice—. Hay que ver la comida con nuevos ojos.»
En una sociedad opulenta, la distorsión en las porciones se extiende a toda nuestra perspectiva de las cosas materiales. Consideramos normal tener un auto, una computadora, un lugar cómodo para vivir y la oportunidad de educarnos y tener una carrera. Nos parece difícil estar contentos con nada menos.
Pero la Biblia nos llama a ver las cosas de una forma distinta. Pablo escribió a Timoteo: «Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos» (1 Timoteo 6:6-8).
Ayudar a los demás es una manera de obtener esa perspectiva. Cuando regresamos de un proyecto de servicio o de un viaje misionero, a menudo uno de nuestros primeros comentarios es: «Tengo muchas cosas.»
Tomar en serio la Palabra de Dios es otra forma de alterar nues tra perspectiva. Si realmente es verdad que «los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (v.9), tenemos que preguntarnos por qué queremos ser ricos.
El dinero y las posesiones no son malos, pero amarlos y ansiarlos lleva al mal. Cuando vemos lo abundantemente que Dios suple nuestras necesidades, nuestros deseos se reducen. A medida que nos interesemos más en dar que en recibir, nos acercaremos más a la idea de Dios de cuánto es suficiente. —DCM