Hace poco visité dos casas funerarias en el término de unas cuantas semanas. Una de esas visitas fue a una familia que celebraba la partida de su «matriarca» cristiana de 86 años de edad, la cual había sufrido mucho y no deseaba nada más que estar con su Señor y con su esposo, quien también había partido. Aunque hubo unas cuantas lágrimas, hubo mucho más gozo y alivio que sensación de pérdida. Ella finalmente estaba donde anhelaba estar.Conversaciones llenas de una risa bien intencionada llena derecuerdos dieron vida a la casa funeraria. Todo el mundo parecía percibir que era hora de que ella «partiera al hogar celestial».
La otra visita fue a una familia que había perdido a su hija y hermana de 17 años en un accidente automovilístico. Aunque también ésta fue una reunión de cristianos, el tono en la casafuneraria era sombrío. El silencio de la habitación reflejaba laconmoción que todos sentían. Sí, ella también había «partido al hogar celestial» a estar con su Señor, pero parecía ser muy a destiempo. Su muerte a tan temprana edad no parecía bien, y todos derramamos lágrimas en silencio, tratando de explicárnoslo.
Recuerdo un artículo escrito hace varios años por Paul Steinhaver,el cual había perdido a su hija de la misma forma. Paul escribió:
La muerte de mi única hija definió de nuevo mi confianza como nunca antes.… A causa de la muerte de Janella, su vida es más apreciada. Las cosas memorables —el legado de sus poemas, los recuerdos de una amistad amorosa— han llegado a ser sellos distintivos de una gratitud sagrada a Dios por dárnosla, por mantenerla con nosotros un tiempo, y luego por llevarla al hogar celestial tan pronto. La maravilla de esto sobrepasa la maravilla de su nacimiento, e incluso de su nuevo nacimiento, porque ahora ella está en casa. ¡Libre! Cuando colocamos su cuerpo en la tierra, nunca sentí que estaba en un terreno más sagrado, nunca más seguro del cielo, del evangelio, y nunca más consciente de Jesús, el Autor y Consumador de la fe.… La muerte es enemiga sólo de aquellos que voluntariamente mueren a Dios y viven para sí. *
Jesús dijo: «Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás»(Juan 11:26).