Anoche, personas de todo el mundo estaban mirando sus relojes para estar listas cuando entrara el Año Nuevo. Miles de personas se apiñaron en la plaza Times Square de Nueva York, y millones miraron por televisión cuando la famosa bola descendía y marcaba el inicio del año.
Los parrandistas gritaron, los cristianos oraron, y los jóvenes tocaron cornetas y bailaron para dar la bienvenida al nuevo año. Muchos ofrecieron brindis y todo el mundo dijo «Feliz Año Nuevo»a alguien. Lo hicimos al final del año 2000, 2001, 2002 y 2003. Lo haremos de nuevo el año próximo. El tiempo pasa implacablemente trayéndonos gozos, tristezas, dolor y felicidad, desilusiones y victorias…y otro nuevo año. Para mí, unos 20 instrumentos diferentes verifican el paso del tiempo, desde mi reloj suizo de muñeca, al despertador que tengo en mi habitación, al reloj de pared de nuestra sala. La computadorame dice la hora y también mi reloj del escritorio. Los relojes del aula me dicen cuándo debo terminar la clase (los estudiantes se inquietan cuando la hora se acerca).
Mi camioneta tiene un reloj digital enel tablero. Y camino a casa, miro el enorme reloj que hay en el cine. Los relojes registran el tiempo del hombre hasta el último segundo. Mucha gente tiene agendas para ayudarse a planificar el tiempo y recordar las citas. Muchos no descansan hasta que tienen el tiempo planificado para el día o la semana, y se molestan cuando esa agenda se altera. El reloj de Dios es diferente del nuestro. Su tiempo muchas veces interrumpe nuestro horario, a pesar de nuestro mejores esfuerzos de mantener el control.
Aceptar su horario es una parte difícil dela madurez espiritual. Las interrupciones, los retrasos, los despidos, los cambios y los accidentes forman parte de la vida, y Dios nunca se sorprende con ninguno de ellos, aunque a nosotros nos pueden asombrar. Pablo trató de llegar a Roma, pero siempre algo lo retrasaba (Romanos 1:13). Puede que hayas planeado viajes maravillosos acontecimientos especiales para este año. Tal vez no se materialicen, pero al final puedes estar seguro de que el tiempo de Dios es perfecto. —DCE