Hace poco, mi esposa Janet y yo aceptamos una invitación para cenar con una mujer creyente que asiste a nuestra clase de escuela dominical. En su anhelo de prepararnos una comida, se cortó profundamente el dedo índice. Mientras la llevábamos a la guardia del hospital, oramos por ella, y después nos quedamos a acompañarla en la sala de espera. Varias horas más tarde, nuestra amiga por fin vio al médico.
Cuando regresamos a su casa, nuestra anfitriona insistió en que nos quedáramos para compartir la comida que había preparado. Así fue que pasamos un hermoso momento charlando contentos y disfrutando de comunión espiritual. Mientras comíamos, ella nos contó sobre algunas situaciones tristes que había atravesado y cómo, en medio de esos vaivenes, había descubierto que la gracia de Dios llenó su vida.
Más tarde, mi esposa y yo reflexionábamos sobre el inesperado viaje al hospital y la comunión compartida que se había generado. Me vino a la mente este versículo: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas 6:2). Al respaldar a nuestra anfitriona herida, ella fue bendecida. Posteriormente, ella misma se convirtió en una bendición para nosotros mediante su hospitalidad y su deliciosa comida.
En retrospectiva, veo que las experiencias dolorosas pueden ser una puerta maravillosa que abre paso a una comunión profunda, al sobrellevar los unos las cargas de los otros.