Al haber crecido en la zona rural de Missouri, donde vivió el bandido norteamericano Jesse James (1847–1882), mis amigos y yo estábamos convencidos de que él había enterrado un tesoro cerca. Recorríamos los bosques soñando con encontrar una alforja o algún otro tesoro. Solíamos ver a un anciano que cortaba leña con un hacha enorme. Durante años, vimos que este misterioso «hachero» recorría penosamente las carreteras buscando latas de bebidas, su único tesoro. Después de cambiarlas por dinero, regresaba a su ruinosa casucha, sin techo y despintada, con una botella en una bolsa de papel marrón. Luego de su muerte, sus familiares encontraron fajos de dinero guardados en su destartalada casa.
Como el hachero que desconocía el tesoro que tenía, los creyentes, a veces, ignoramos partes de las Escrituras. Olvidamos que debemos utilizarla en su totalidad; que cada pasaje está incluido en el canon por un motivo. ¿Quién sabía que Levítico tiene un tesoro enterrado tan valioso? En siete eficaces versículos del capítulo 19, Dios nos enseña a proveer para los pobres y los desvalidos, sin quitarles la dignidad (vv. 9-10, 14); a manejar nuestros negocios con ética (vv. 11,13,15); y a respetar al Señor en nuestra vida cotidiana (v. 12).
Si tan solo unos versículos pueden contener un tesoro tan grande, piensa en todo lo que podría ser nuestro si buscáramos en la Biblia todos los días.