Jorge le estaba hablando del evangelio a Carolina. Le dijo que su pecado la separaba de un Dios santo y que Jesús había muerto y resucitado para salvarla. Carolina seguía poniendo la misma excusa para no creer: «Pero si lo recibo como Salvador, ¿voy a tener que contárselo a los demás? No quiero hacerlo». Decía que no encajaba con su personalidad, que no quería tener que hablarles a otros acerca de Jesús.
Jorge le explicó que, para recibir al Señor, no se requería prometer que uno iba a testificar de Él, pero también le dijo que, una vez que ella conociera a Jesús, se convertiría en Su embajadora ante el mundo (2 Corintios 5:20).
Después de conversar un rato más, Carolina reconoció su necesidad de que Cristo la salvara. Más tarde, se fue a su casa entusiasmada y en paz. Entonces, sucedió algo curioso: a las 24 horas de aceptar a Cristo, ya les había contado a tres personas sobre lo que Dios había hecho en su vida.
Al haber sido reconciliados con Dios por medio de Jesucristo, ahora tenemos el «ministerio de la reconciliación», según lo declara el apóstol Pablo (v. 18). Somos Sus embajadores y, por esta razón, le rogamos a la gente «en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (v. 20).
Cuando estamos agradecidos, queremos contar lo que Dios ha hecho.