Millones de televidentes de todo el mundo han visto a un entrenador canino llamado Cesar Millan. Este hombre, también conocido como «el encantador de perros», tiene la habilidad no solo de rehabilitar perros problemáticos, sino también de hacerlo con una calma que suele sorprender al propio dueño del animal.
No importa si el perro es excesivamente agresivo, o si se altera o si se asusta con facilidad; es como si Millan hablara su lenguaje. Las mascotas que han estado saltando sobre las visitas, tirando incontrolablemente de la correa o destruyendo cosas de manera obsesiva por toda la casa aprenden a relajarse y a comportarse en su presencia.
Generalmente, el resultado es sorprendente. Sin embargo, Millan no hace milagros; solo usa su conocimiento del comportamiento de las manadas. Él explica que, entre ellos, los perros instintivamente se evalúan para determinar con exactitud cuál es su lugar con respecto al resto del grupo. Teniendo esto en cuenta, les enseña a los dueños a imponerse, con delicadeza y firmeza a la vez, como el «líder de la manada» de su can. Entonces, el secreto del encantador de perros no radica en la magia, sino en la inteligencia.
Si la inteligencia es la habilidad de usar el conocimiento para lograr un objetivo deseado, esto es lo que hace ese entrenador. Usa su conocimiento de por qué los perros actúan como lo hacen, y así se superan los problemas que impiden que las mascotas disfruten a sus amos y viceversa.
En el proceso, creo que este hombre hace algo mucho más importante que entrenar canes; me parece que, en su sabiduría, refleja algunas de las formas en que nuestro Amo trabaja con nosotros. En realidad, también nos podría ayudar a ver a Dios como el «encantador de personas».
La delicadeza de la sabiduría divina. En lugar de gritarnos desde el cielo con enojo y frustración, nuestro Dios sabe cómo aparecer con calma y delicadeza aun en los terremotos, los vientos y los incendios de nuestra vida. En respuesta a nuestras conductas ruidosas, frenéticas y desgastantes, el Señor dice: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios» (Salmo 46:10).
El profeta Elías experimentó la voz y el toque tierno de Dios en uno de los peores momentos de su vida. Agobiado por sus esfuerzos para escapar de las amenazas de muerte de Jezabel, la reina de Israel, el profeta llegó al extremo de sentirse tan solo y desilusionado que deseaba la muerte (1 Reyes 19:4). Sin embargo, esos sentimientos de desesperación le dieron a Dios una oportunidad para mostrar Su sabiduría.
En primer lugar, el Todopoderoso se encargó del cuerpo de Elías; renovó la fortaleza física de Su siervo brindándole descanso, alimentos y agua (19:5-8). Después, reavivó su perspectiva espiritual hablándole, no en el bramido del viento, ni en el estruendo del terremoto ni en el rugido del fuego, sino en un «silbo apacible» (19:9-12).
La sabiduría de la delicadeza divina. Otros hombres y mujeres de la Biblia también experimentaron lo que escuchó Elías en la calma de la voz de Dios. Personas con problemas como Abraham, Job, Rut, Rahab, José y el apóstol Pablo descubrieron que, hasta en sus peores situaciones, Dios usaba delicadamente la voz de Su sabiduría para atraer su atención, devoción y confianza.
Uno de ellos fue Agur. Hasta hoy, los lectores de Proverbios lo citan como un hombre excepcionalmente sabio (30:8-9). Sin embargo, este rey tenía una imagen diferente de sí mismo. Abrumado por lo insensato que se sentía en la presencia de su Creador, escribió: «Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría, ni conozco la ciencia del Santo» (30:2-3). Una versión de la Biblia traduce los dichos de Agur de esta manera: «Soy el más ignorante entre los ignorantes; no tengo capacidad de razonar» (30:2 TLA).
Aparentemente, Agur se sentía «desorientado» cuando escuchó lo que su Creador le decía con calma a través del mundo natural que lo rodeaba (30:4).
El objetivo de la sabiduría divina. Al ver y admitir todo aquello que no podía comprender por sí mismo, Agur llegó al punto de desear atesorar cada palabra de Dios más que su propio razonamiento (30:5-6).
Entonces, el sabio oró: «Dos cosas te he demandado; no me las niegues antes que muera: vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios» (30:7-9).
Recordándonos que no nos pertenecemos a nosotros mismos, Agur lleva la sabiduría del encantador de perros a un nivel superlativo. Así como el animal necesita comprender su lugar en relación al líder de la manada, nosotros necesitamos descubrir exactamente dónde nos encontramos respecto a nuestro Amo, Proveedor y Protector.
Padre celestial, reconocemos junto con tu siervo Agur que a veces nos sentimos menos que un ser humano en cuanto a nuestro conocimiento. Por favor, ayúdanos en este momento a confiar y a actuar de manera que refleje la calma de tu presencia, la paz de saber que tú comprendes y la expectativa de ir a vivir contigo en tu morada para siempre.