De vez en cuando, descubro que estoy pensando en el sorprendente esquema de la fe. Por ejemplo, parado en un aeropuerto, observo personas de aspecto importante, vestidas con trajes de negocio y con portafolios a su costado, que se detienen en una cafetería antes de salir apurados hacia otra explanada. ¿Hay alguno que piense en Dios?, me pregunto.
Los creyentes comparten una creencia extraña en universos paralelos. Un universo consiste en vidrio, hierro, ropa de lana, portafolios de cuero y olor a café recién molido. El otro está formado por ángeles, fuerzas espirituales y lugares de ubicación desconocida llamados cielo e infierno. De manera palpable, nosotros habitamos el mundo material; es necesaria la fe para que uno se considere ciudadano del otro mundo invisible.
La Navidad cambia el rumbo de las cosas y alude a la lucha que se desencadena cuando el Señor de ambos mundos desciende a vivir según las reglas de uno de ellos. En Belén, ambos mundos se unieron, se alinearon. Lo que Jesús posteriormente llevó a cabo en el planeta Tierra hace posible que Dios, en un día futuro, resuelva todas las discordancias entre ambos sistemas. Con razón hubo un coro de ángeles que estalló en un cántico espontáneo; cántico que no sólo perturbó a algunos pastores, sino también a todo el universo (Lucas 2:13-14).