Mis dos abuelos eran jardineros, y también lo son muchos de mis amigos. Me encanta visitar hermosos jardines… me inspiran, me hacen desear crear algo igualmente precioso en mi propia casa. Pero mi problema es pasar de la etapa de inspiración a la de transpiración que requiere la jardinería. Mis grandes ideas no se hacen realidad porque no dedico ni el tiempo ni la energía necesarios para concretarlas.
Esto también puede ser cierto en nuestra vida espiritual. Podemos oír los testimonios de otras personas y maravillarnos ante la obra que Dios está haciendo en sus vidas, escuchar música y mensajes grandiosos y sentirnos inspirados a seguir al Señor con más dedicación. Sin embargo, poco después de salir de la iglesia, nos resulta difícil encontrar tiempo o no nos esforzamos para cumplir nuestro deseo.
Santiago describe a tales creyentes como personas que se miran en un espejo y se ven, pero no hacen nada para corregir lo que está mal (Santiago 1:23-24). Oyen la Palabra, pero eso no los induce a la acción. El apóstol dice que debemos hacer, no sólo oír.
Cuando pasemos de la inspiración que genera la simple «audición» de cosas buenas que hacen otras personas a la transpiración que implica la «realización» personal de tales bondades, la Palabra de Dios implantada (1:21) producirá un jardín hermoso de fruto espiritual.