En el libro Un país desconocido, la escritora Mary Pipher se encuentra con personas de más de 70, 80 y 90 años de edad que atravesaban muchas situaciones diferentes en la vida.
«Quise […] entender el país de la ancianidad», escribe Pipher. «No estamos organizados como para hacer que la vejez sea fácil». Ella señaló que el problema fundamental es que los jóvenes y los viejos se han segregado, lo cual perjudica a ambos grupos.
Esta tendencia social no es necesariamente intencional. Sin embargo, muchas personas ignoran y eluden sus responsabilidades hacia los ancianos. En la época de Jesús, los fariseos descubrieron formas creativas de evitar sus obligaciones familiares. En Marcos 7:9-13, el Señor censuró la práctica común que tenían de dedicar sus bienes materiales a Dios (al declararlas Corbán) en vez de usarlos para suplir las necesidades de sus padres. La tradición había quebrantado el mandato de honrar al padre y a la madre.
Nuestros hijos, el trabajo y las actividades de la iglesia pueden llevarnos en muchas direcciones, pero estas cosas no son excusas para dejar de honrar a nuestros padres ancianos proveyendo para sus necesidades, tanto como nos sea posible (1 Timoteo 5:8). Cuando llegue el momento en que nosotros entremos en el país de la ancianidad, esperemos haber sido el ejemplo correcto para que sigan nuestros hijos.