Una de las experiencias más difíciles en mis años como pastor fue decirle a una hermana, miembro de la iglesia, que su esposo, su hijo y su suegro se habían ahogado en un accidente en un bote. Sabía que la noticia le destrozaría la vida.
En los días siguientes a la trágica pérdida, quedé sorprendido ante la respuesta de ella y de su familia quienes exhibieron una fe extraordinaria. Como es lógico, experimentaban un profundo quebrantamiento, dudas que los asaltaban y confusión. Pero, cuando todo lo demás carecía de sentido, aún tenían a Jesús. En lugar de alejarse del Señor durante esos días tremendamente desesperantes, acudieron a Él como la única fuente de esperanza y confianza.
Esto me recuerda la reacción de los discípulos ante Jesús. Después que algunos de ellos «volvieron atrás, y ya no andaban con él» porque no le entendían (Juan 6:66), Jesús se dirigió a Su círculo íntimo, y preguntó: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» (v. 67). Pedro había entendido bien, ya que respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (v. 68).
Cualquiera que sea la situación que enfrentes hoy, cobra ánimo con las palabras de Pedro y el ejemplo de una familia que pasó por el fuego manteniendo su fe intacta. Mientras corras en la dirección correcta —hacia Jesús—, hallarás la gracia y la fortaleza que necesites.