Mi amiga Nancy trabaja con los desamparados en un barrio marginal en el centro de nuestra ciudad. Ella invita gente a su casa a cenar, los lleva a la iglesia, y los ayuda a mudarse en apartamentos. Y a veces se ofrece de voluntaria en «La cocina de Dios», un ministerio que hay en otro barrio marginal que da una comida caliente a quien la necesite.
Una de las primeras veces que Nancy fue al centro de la ciudad, mientras conversaba animadamente con algunas de las personas que la rodeaban, un hombre la interrumpió para decir: «Usted no es uno de nosotros, ¿verdad?»
Nancy se sorprendió. Había tenido el cuidado de vestirse con ropas similares a las de los demás. No quería hacer mucho alarde respecto al propósito por el cual estaba allí, y pensó que se mezclaría bien con los otros.
«¿Cómo lo supo?» —preguntó. «Porque se ve muy feliz» —dijo el desamparado en voz baja. «Aquí la gente no es feliz.» Nancy no armonizaba bien. Su espíritu gozoso se destacaba en una situación desolada. Ahora bien, la vida de Nancy no es más fácil que la tuya ni la mía. Ella ha tenido tristezas y problemas en la vida. Pero su relación con Cristo le da a ella y a otros cristianos una razón para ser feliz que otras personas no tienen. Echa un vistazo a estas promesas en las que podemos depender los que amamos al Señor:
1. Dios nos ha prometido vida eterna si confiamos en Cristo como Salvador (Tito 1:2).
2. Ha prometido no dejarnos nunca (Hebreos 13:5).
3. Nos ha prometido, no solamente vida, sino vida al máximo (Juan 10:10).
Nuestro gozo no depende de nuestras circunstancias. Tenemos gozo debido al amor inmutable de Dios y a la obra acabada de Cristo (Efesios 2:4-7; 3:17-19). Y si estamos gozosos deberíamos comunicárselo a los demás. —CK
R E F L E X I Ó N
■ Cuando estoy con incrédulos, ¿notan ellos alguna diferencia en mí?
■ ¿Qué significa tener el gozo del Señor?
■ ¿Estaría dispuesta a servir a Cristo como lo hace Nancy?