El escritor Mark Twain sugirió que aquello a lo que miremos en la vida —y la forma en que lo veamos— puede influir en nuestros siguientes pasos; incluso en nuestro destino. Lo expresó así: «No puedes depender de tus ojos cuando tu imaginación está fuera de foco».
Pedro también habló de la visión cuando le respondió a un mendigo paralítico, un hombre que encontró junto a la ajetreada puerta del templo llamada la Hermosa (Hechos 3:2). Cuando el mendigo le pidió dinero, Pedro y Juan lo miraron fijamente, y «Pedro […] le dijo: Míranos» (v. 4).
¿Por qué dijo así? Como embajador de Cristo, es probable que Pedro quisiera que el hombre dejara de ver sus propias limitaciones; sí, incluso su necesidad de dinero. Cuando el mendigo mirara a los apóstoles, vería la realidad de tener fe en Dios.
Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (v. 6). Y luego, «le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo» (vv. 7-8).
¿Qué sucedió? El hombre tuvo fe en Dios (v. 16). Como exhortaba el evangelista Charles Spurgeon: «Mantén tu ojo simplemente en Él». Cuando lo hacemos, no vemos obstáculos. Vemos a Dios, el que nos limpia el camino.