Después de mudarse, Diego, de siete años, se quejaba mientras se preparaba para un campamento de verano en su nueva escuela. La madre lo alentaba asegurándole que entendía que el cambio era duro. Una mañana, el enojo del niño parecía exagerado. Compasivamente, ella le preguntó: «Hijo, ¿qué es lo que más te molesta?». Mirando por la ventana, él se encogió de hombres y dijo: «No lo sé, mamá. Siento muchas cosas».
Con el corazón roto y desesperada por consolarlo, le dijo que la mudanza era difícil para ella también, pero le aseguró que Dios, que sabe todo, permanecería cerca, aun cuando ellos no entendieran ni pudieran expresar sus frustraciones. Y agregó: «Organicemos un encuentro con tus amigos antes de empezar la escuela». Y así lo hicieron, agradecidos de que Dios entiende aun cuando sus hijos sienten «muchas cosas».
El escritor del Salmo 147 experimentaba sentimientos abrumadores y reconocía los beneficios de alabar al Hacedor y Sustentador omnisciente de todo, el Sanador de las heridas físicas y emocionales (vv. 1-6). Y alabó a Dios porque provee y «se complace […] en los que esperan en su misericordia» (v. 11).
No tenemos que sentirnos solos ni desanimados, ya que podemos descansar en el amor incondicional y la comprensión ilimitada de nuestro Dios inmutable.