«El odio corroe el recipiente que lo contiene», dijo el exsenador Alan Simpson en el funeral de George H. W. Bush. En un intento de describir la bondad de su querido amigo, recordó cómo el expresidente de los Estados Unidos prefería el humor y el amor en lugar del odio, tanto en su liderazgo como en sus relaciones interpersonales.
Me identifico con la frase de Simpson, ¿y tú? ¡Ah, cuánto daño me hace cuando guardo odio!
Investigaciones médicas revelan el daño que se le hace al cuerpo cuando el enojo nos hace explotar. La presión sanguínea sube; el ánimo decae. Nuestros recipientes se oxidan.
En Proverbios 10:12, Salomón señala: «El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas». Aquí se refiere al odio que generaba un conflicto entre rivales de distintas tribus y razas, y que enciende un deseo de venganza para que los que se desprecian no puedan vincularse.
Por el contrario, el camino de amor de Dios cubre —coloca un velo, oculta o perdona— todo mal. Esto no significa que pasamos por alto los errores o respaldamos a quienes obran mal, sino que perdonamos cuando alguien está realmente arrepentido. Los que conocemos a Aquel que más ama debemos tener entre nosotros «ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados» (1 Pedro 4:8).