Después de que tribus aucas asesinaran a Jim Elliot y otros cuatro misioneros en 1956, nadie esperaba lo que sucedió después. Elisabeth, la esposa de Jim, su hija menor y la hermana de otro misionero decidieron ir a vivir entre las mismas personas que habían matado a sus seres queridos. Pasaron varios años entre la comunidad auca, aprendiendo su idioma y traduciéndoles la Biblia. El testimonio del perdón y la bondad de estas mujeres convenció a los aucas del amor de Dios hacia ellos, y muchos recibieron a Cristo como Salvador.
Lo que ellas hicieron es un ejemplo increíble de no devolver mal por mal, sino bien (Romanos 12:17). El apóstol Pablo alentó a los creyentes de Roma a mostrar con sus actos la transformación que Dios había obrado en ellos. ¿Qué tenía en mente? Debían ir más allá de su deseo natural de venganza y mostrar amor a sus enemigos, supliendo sus necesidades.
¿Por qué hacerlo? Pablo cita un proverbio del Antiguo Testamento: «Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua» (v. 20; Proverbios 25:21). Allí revela que la bondad que muestran los creyentes hacia sus enemigos podría ganarlos y encender el fuego del arrepentimiento en sus corazones.