En la Catedral de San Patricio, en Dublín, Irlanda, hay una puerta que cuenta una historia de hace cinco siglos. En 1492, dos familias —los Butler y los FitzGerald— empezaron a luchar por un puesto destacado en la región. Cuando la lucha se intensificó, los Butler se refugiaron en la catedral. Cuando los FitzGerald fueron por una tregua, los Butler temían abrir la puerta. Entonces, los FitzGerald le hicieron un agujero, y su líder entró y les tendió la mano en son de paz. Las familias se reconciliaron, y los rivales se hicieron amigos.
Dios tiene una puerta de reconciliación de la cual escribió Pablo apasionadamente en su carta a la iglesia de Corinto. Por su propia iniciativa e infinito amor, Dios restaura la relación rota con los seres humanos, mediante el sacrificio de Cristo en la cruz. Estábamos lejos de Él, pero en su misericordia, nos ofrece reconciliarnos, «no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Corintios 5:19). La justicia fue satisfecha cuando «Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado», para que por la fe en Cristo, tuviéramos paz con Él (v. 21).
Después de reconciliarnos con Dios, se nos otorga la importante tarea de llevar el mensaje del perdón y la reconciliación a otros.