Me viene a la mente la década de 1960, cuando ministraba a estudiantes de la Universidad Stanford. Había sido alumno de educación física en ese lugar y me había divertido mucho, pero no quedó constancia de haberme destacado. Me sentía totalmente inepto para mi nuevo cargo. Casi todos los días, caminaba por el campus como un hombre ciego tanteando en la oscuridad, pidiéndole a Dios que me mostrara qué hacer. Un día, apareció de repente un estudiante y me pidió que liderara un estudio bíblico en su fraternidad. Y así empezó todo.

Dios no se para en un cruce de caminos e indica por dónde ir; Él es un guía, no un cartel informativo. El Señor camina con nosotros, guiándonos por senderos que nunca imaginamos. Lo único que tenemos que hacer es caminar a su lado.

El camino no será fácil; encontraremos terreno «escabroso». Pero Dios prometió: «cambiaré las tinieblas en luz, y […] no los desampararé» (Isaías 42:16). Está con nosotros todo el tiempo.

Pablo afirmó que Dios «es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Efesios 3:20). Él puede planear y visualizar, pero su imaginación trasciende nuestros planes. No debemos aferrarnos a lo que anticipamos, sino ver lo que el Señor tiene en mente.