Samuel Mills y cuatro amigos solían reunirse para orar y pedirle a Dios que enviara más personas a compartir la buena noticia de Jesús. Un día, en 1806, después de reunirse, los sorprendió una tormenta y se refugiaron en un granero. Desde entonces, su encuentro semanal pasó a llamarse Reunión de oración del granero, la cual se convirtió en un movimiento misionero global. Actualmente, el monumento a aquella reunión se encuentra en Williams College, en Estados Unidos, como un recuerdo de lo que Dios puede hacer a través de la oración.
A nuestro Padre celestial le encanta cuando sus hijos acuden a Él con una petición conjunta. Es como una reunión familiar donde los une un propósito, para compartir una carga en común.
El apóstol Pablo reconoce cómo lo ayudó Dios por las oraciones de otros durante momentos de gran sufrimiento: «aún nos librará […]; cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración» (2 Corintios 1:10-11). Dios escogió usar nuestras oraciones —en especial, las hechas juntos— para realizar su obra en el mundo. Con razón el versículo sigue diciendo: «para que por muchas personas sean dadas gracias […] por el don concedido».
Nuestro amante Padre está esperando que acudamos a Él para poder obrar a través de nosotros de maneras inimaginables.