La noche en que el presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln fue asesinado, tenía en sus bolsillos lo siguiente: dos gafas, un paño para lentes, una navaja, una leontina, un pañuelo, una billetera de cuero con cinco dólares de los Estados Confederados, y ocho recortes de periódicos, de los cuales varios lo elogiaban a él y sus políticas.
Me pregunto qué hacía el billete confederado en el bolsillo del presidente, pero estoy casi seguro en cuanto a los artículos elogiosos. Todos necesitamos ánimo… ¡incluso un gran líder como Lincoln!
¿Conoces a alguien que necesita aliento? ¡Todo el mundo! Mira a tu alrededor. No hay nadie dentro del alcance de tu vista que sea tan seguro de sí como parece. Todos estamos a un fracaso, un comentario malicioso o un mal día de distancia de dudar de nosotros mismos.
¿Qué tal si todos obedeciéramos el mandato de Dios en Romanos 15:2: «Cada uno […] agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación»? ¿Y si decidiéramos hablar «dichos suaves» que son «suavidad al alma y medicina para los huesos» (Proverbios 16:24)? ¿O si escribiéramos esas palabras para que los amigos las releyeran y disfrutaran? Entonces, todos tendríamos notas en los bolsillos (¡o en nuestros teléfonos!). Y así nos pareceríamos más a Jesús (Romanos 15:3).