Sentí intriga al observar el tatuaje de una bola de boliche tumbando bolos en el tobillo de mi amiga Erin. Ella se inspiró al escuchar una canción llamada Acomodando los bolos. La letra alienta a encontrar gozo en las tareas repetitivas que parecen sin sentido, como acomodar bolos una y otra vez, solo para que alguien los tumbe.

Lavar la ropa. Cocinar. Cortar el césped. La vida parece llena de tareas que hay que repetir una y otra vez. Esta no es ninguna lucha nueva. El libro de Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, empieza con quejas sobre la futilidad de los interminables ciclos de la vida humana (1:2-3); incluso los considera insignificantes, porque «lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará» (v. 9 lbla).

Pero el escritor pudo recuperar la alegría al recordar que nuestra satisfacción suprema viene cuando tenemos un temor reverente «a Dios, y [guardamos] sus mandamientos» (12:13). Es reconfortante saber que Dios valora los aspectos prosaicos de la vida y que recompensará nuestra fidelidad (v. 14).

¿Cuáles son los «bolos» que acomodamos constantemente? En esos momentos, cuando las tareas repetitivas empiezan a parecernos cansadoras, que podamos tomarnos un momento para ofrecerle cada tarea a Dios como una ofrenda de amor.