Mientras esperaba en la estación de trenes, para ir a trabajar, pensamientos negativos empezaron a inundar mi mente: estrés por las deudas, comentarios desagradables que me habían hecho, impotencia frente a una injusticia que un miembro de mi familia había sufrido recientemente. Cuando llegó el tren, ya estaba de muy mal humor.
Mientras viajaba, me vino a la mente otro pensamiento: escribirle una nota a Dios, contándole mi tristeza. Poco después, luego de volcar mis quejas en mi diario, saqué mi teléfono y escuché canciones de alabanza que tenía grabadas. Antes de que me diera cuenta, mi humor había cambiado por completo.
No tenía idea de que estaba siguiendo un patrón establecido por el escritor del Salmo 94. Primero, el salmista expresó sus quejas: «Engrandécete, oh Juez de la tierra; da el pago a los soberbios»; y «¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad?» (vv. 2, 16). No se guardó nada mientras hablaba con Dios sobre las injusticias. Y luego, pasó a la alabanza: «Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza» (v. 22).
Dios nos invita a entregarle nuestros lamentos. Él puede convertir nuestros miedos, tristezas e impotencias en alabanza.