Cuando Benjamín Franklin era joven, hizo una lista de doce virtudes en las cuales deseaba crecer a lo largo de su vida. Se las mostró a un amigo, quien le sugirió añadir «humildad». A Franklin le gustó la idea y agregó algunas pautas para ayudarlo con cada elemento de la lista. Entre sus reflexiones sobre la humildad, puso a Jesús como ejemplo a seguir.
Jesús nos muestra el ejemplo supremo de humildad. La Biblia nos dice: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres» (Filipenses 2:5-7).
Aunque Jesús estaba con el Padre eternamente, decidió someterse a una cruz en amor, para que, a través de su muerte, pudiera levantar al gozo de su presencia a cualquiera que lo reciba.
Imitamos la humildad de Jesús cuando buscamos servir a nuestro Padre celestial, sirviendo a los demás. La bondad de Jesús nos permite vislumbrar la belleza de ponernos en segundo lugar, para suplir las necesidades de otros. Apuntar a la humildad no es fácil en nuestro mundo egoísta. Pero, si descansamos en el amor de nuestro Salvador, Él nos dará todo lo que necesitamos para seguirlo.