A veces, la vida nos lanza un golpe tremendo. Otras, algo milagroso sucede.
Tres jóvenes, cautivos en Babilonia, estaban parados delante del temible rey de la tierra, y declararon valientemente que, bajo ninguna circunstancia, adorarían la gigante imagen de oro que se elevaba frente a ellos. Juntos, afirmaron: «He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no […] adoraremos la estatua» (Daniel 3:17-18).
Estos tres hombres —Sadrac, Mesac y Abed-nego— fueron arrojados en el horno ardiente; y Dios, milagrosamente, los libró, para que ningún cabello de su cabeza se quemara ni su ropa tuviera olor a humo (vv. 19-27). Se habían preparado para morir, pero su confianza en Dios no vacilaría… aun si no los salvaba.
Dios desea que nos aferremos a Él… aun si no se cura un ser amado, aun si no conseguimos trabajo, aun si no podemos evitar persecuciones. A veces, Dios nos rescata de los peligros de esta vida; otras, no lo hace. Pero podemos aferrarnos a esta verdad: «Dios a quien servimos puede librarnos»; nos ama y está con nosotros en toda prueba feroz; en todo, aun si no.