Durante un invierno especialmente frío, me aventuré a ir al Lago Michigan para verlo congelado. Envuelta con ropa abrigada, en la playa donde habitualmente tomaba sol, la vista era espectacular. El agua estaba en verdad congelada y con olas que creaban una obra maestra de hielo.
Como el agua también estaba congelada junto a la orilla, tuve la oportunidad de «caminar sobre el agua». Aunque sabía que el hielo era lo suficientemente grueso para sostenerme, di los primeros pasos sin sentirme muy segura. Temía que el hielo no me siguiera sosteniendo. Mientras exploraba con cautela este terreno desconocido, no pude evitar pensar en Jesús cuando le dijo a Pedro que saliera de la barca en el Mar de Galilea.
Cuando los discípulos vieron a Jesús caminando sobre el agua, también tuvieron miedo, pero Él les dijo: «¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!» (Mateo 14:26-27). Pedro pudo vencer su miedo, y pisó el agua porque sabía que Jesús estaba allí. Tras perder valor ante el viento y las olas, clamó a Jesús, quien seguía allí, lo suficientemente cerca para extender su mano y rescatarlo.
Si hoy enfrentas algo que el Señor te mandó hacer y te parece tan imposible como caminar sobre el agua, anímate. El que te llama está contigo.