Por ser nativa de California y amante de todo lo soleado, no me gusta el frío. Pero sí me encantan las fotos donde hay nieve. Por eso, no pude evitar sonreír cuando una amiga que vive en una zona de frío me mandó una foto invernal de una planta junto a su ventana. La admiración se convirtió en tristeza cuando noté sus ramas deshojadas y dobladas por el peso de destellantes carámbanos.
¿Cuánto podrían soportar esas ramas antes de quebrarse? El peso que amenazaba romper las ramas del árbol me hizo pensar en mis hombros, encorvados bajo la carga de las preocupaciones.
El Creador y Sustentador del universo, que ama y provee para sus hijos, nos alienta a soltar nuestras ansiedades, para que no perdamos nuestro precioso tiempo preocupándonos. Él conoce nuestras necesidades y se ocupará de ellas (Mateo 6:19-32).
También sabe que somos tentados a sucumbir a la preocupación, por eso nos dice que acudamos a Él, confiemos en su presencia y provisión, y vivamos por fe día a día (vv. 33-34).
En esta vida, enfrentamos problemas abrumadores e incertidumbres que pueden encorvar nuestros hombros bajo el peso de la preocupación. Pero, cuando confiamos en Dios, no nos vamos a romper.