«¿Cuánto falta para Navidad?». Cuando mis hijos eran pequeños, preguntaban esto todo el tiempo. Aunque usábamos diariamente un calendario para contar cuánto faltaba, la espera les resultaba terrible.
Podemos reconocer fácilmente la lucha de un niño con la espera, pero tal vez no entendemos el desafío que implica esperar para los hijos de Dios. Considera, por ejemplo, a los que escucharon el mensaje del profeta Miqueas, quien prometió que, de Belén, saldría «el que será Señor en Israel» (5:2), el cual estaría y apacentaría «con poder del Señor» (v. 4). El cumplimiento inicial fue el nacimiento de Jesús en Belén (Mateo 2:1), después de 700 años de espera. Pero el resto de la profecía se cumplirá en el futuro, ya que aguardamos con esperanza el regreso de Jesús, cuando todos sus hijos «morarán seguros, porque ahora será engrandecido hasta los fines de la tierra» (Miqueas 5:4). Nuestro regocijo será enorme porque la larga espera habrá terminado.
A la mayoría no nos gusta esperar, pero podemos confiar en que Dios cumplirá su promesa de acompañarnos mientras esperamos (Mateo 28:20). Cuando Jesús nació en la pequeña Belén, abrió paso a la vida en toda su plenitud (ver Juan 10:10). Hoy disfrutamos de su compañía mientras aguardamos anhelantes su regreso.