Al parecer, la mayoría de nuestras luchas giran alrededor de querer algo que no tenemos o de tener algo que no queremos. Los anhelos más profundos y los desafíos más grandes se relacionan con tratar de ver la mano de Dios en estas dos realidades de la vida. Así comienza el relato de Lucas del nacimiento de Jesús.
La anciana Elisabet anhelaba tener un hijo; pero, para la joven María, que estaba comprometida para casarse, el embarazo quizá era una desgracia. Sin embargo, cuando ambas supieron que iban a tener un bebé, aceptaron la noticia con fe en el Dios cuyo tiempo es perfecto y para quien nada es imposible (Lucas 1:24-25, 37-38).
Al leer la historia de la Navidad, tal vez nos llame la atención el trasfondo de las personas cuyos nombres resultan tan familiares. Aun cuando Zacarías y Elisabet sufrían el estigma de la esterilidad, se los describió como «justos delante de Dios, […] irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (v. 6). Y a María, el ángel le dijo que ella había encontrado el favor de Dios (v. 30).
Sus ejemplos nos muestran el valor de un corazón confiado que acepta los caminos misteriosos de Dios, sin importar cuán extrañas puedan ser nuestras circunstancias.