Un amigo me contó sobre un lago en el que se decía que merodeaba una gran trucha degollada, y me dibujó un mapa para indicarme cómo llegar. Varias semanas después, llené el tanque de mi camioneta y partí, siguiendo las indicaciones.
¡Su mapa me llevó al peor camino por el que he conducido en toda mi vida! Una máquina lo había abierto a través de un bosque, estaba lleno de troncos y nunca lo habían allanado. Leños caídos, surcos profundos hechos por la lluvia y piedras grandes me sacudían el cuerpo y torcían el chasis de mi camioneta. Me llevó media mañana ir hasta allí, y, cuando finalmente llegué, me pregunté: ¿Por qué un amigo me mandó por un camino como este?
Sin embargo, ¡el lago era espectacular; y los peces, grandes y agresivos! Sí, mi amigo me había enviado por el camino correcto… uno que yo mismo habría elegido y enfrentado pacientemente si hubiera conocido el final.
Hay un dicho auténtico: «Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad, para los que guardan su pacto y sus testimonios» (Salmo 25:10). Algunos senderos en que Dios nos coloca son escarpados y difíciles; otros, tediosos y aburridos; pero a ninguno le falta su amor y fidelidad. Al final del camino, podremos decir: «El camino del Señor es lo mejor para mí».