Con los años, una pareja que vive en África Occidental desarrolló una profunda amistad con un hombre de su ciudad, y muchas veces le hablaron del amor de Jesús y la historia de la salvación. Sin embargo, él se resistía a renunciar a toda una vida de lealtad a otra religión, aunque había reconocido que la fe en Cristo era «la mayor verdad». Su interés era en parte financiero, ya que era líder en su fe y dependía de la compensación que recibía. También temía perder su reputación en la comunidad.
Con tristeza, explicó: «Soy como un hombre que pesca con las manos. En una, atrapé un pez pequeño, mientras que otro más grande pasa nadando. Para pescar el más grande, ¡tengo que soltar el más pequeño!».
El joven rico del que se habla en Mateo 19, tenía un problema similar. Cuando se acercó a Jesús, preguntó: «¿qué bien haré para tener la vida eterna?» (v. 16). Parecía sincero, pero no quería entregar completamente su vida a Jesús. No solo tenía mucho dinero, sino también el orgullo de cumplir con la ley. Aunque deseaba la vida eterna, amaba más otra cosa y rechazó las palabras del Señor.
Cuando aceptamos el regalo de la salvación y entregamos humildemente nuestra vida a Cristo, Él nos invita: «ven y sígueme» (v. 21).