La primera golpiza que recibió David fue a manos de su padre, cuando tenía siete años de edad, después de romper accidentalmente una ventana. «Me pateó y me dio un puñetazo —dijo David—; y después, me pidió perdón. Era un alcohólico abusador, y ese es un ciclo que yo estoy haciendo todo lo posible por cortar».
Pero le llevó mucho tiempo llegar hasta ese punto. Había pasado su adolescencia y juventud en la cárcel o en libertad condicional, y entrando y saliendo de centros para tratamiento de adicciones. Cuando pensó que sus sueños estaban totalmente destruidos, encontró esperanza en un centro de recuperación cuando conoció a Cristo.
«No tenía nada más que desesperación —dice—. Pero ahora, me estoy esforzando en la dirección contraria. Cuando me levanto por la mañana, lo primero que le digo a Dios es que someto mi voluntad a Él».
Cuando acudimos a Dios con vidas deshechas, Él toma nuestros corazones rotos y nos hace nuevas personas: «si alguno está en Cristo […]; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). El amor y la vida de Cristo rompen el ciclo de nuestro pasado y nos dan un nuevo futuro (vv. 14-15). ¡Y no termina allí! Encontramos fortaleza y esperanza en lo que Él sigue haciendo en nosotros… a cada momento.