«A veces, siento como si fuera invisible. Pero deseo tanto que Dios me utilice». Ana limpiaba el gimnasio del hotel, cuando empezamos a conversar. Allí descubrí que tenía una historia asombrosa.
«Solía ser una adicta al crack y prostituta que vivía en las calles —dijo—, pero sabía que Dios quería que caminara con Él. Un día, hace años, me arrodillé a los pies de Jesús, y Él me liberó».
Le agradecí por contarme lo que Dios había hecho y le aseguré que ella no era invisible; la había utilizado maravillosamente en nuestra conversación para recordarme a mí de su poder para transformar vidas.
A Dios le encanta utilizar personas que los demás podrían pasar por alto. El apóstol Andrés no es tan conocido como su hermano Pedro, pero la Biblia relata que «halló primero a su hermano Simón [Pedro], y le dijo: Hemos hallado al Mesías […]. Y le trajo a Jesús» (Juan 1:41-42).
Pedro conoció a Jesús a través de Andrés. Cuando este, que era uno de los discípulos de Juan el Bautista, supo de Jesús por medio de Juan, lo siguió y creyó en Él… e inmediatamente, le contó a su hermano. La fidelidad silenciosa de Andrés tuvo un impacto que sacudiría al mundo.
Dios valora más el servicio fiel que la fama, y puede utilizarnos poderosamente dondequiera que estemos… aunque nadie nos vea.