Mientras esperaba en la fila para el desayuno en una conferencia cristiana, un grupo de mujeres entró al salón. Sonreí y saludé a la que se paró detrás de mí. Luego de saludarme, dijo: «Yo te conozco». Mientras nos servíamos, tratamos de recordar dónde nos habíamos visto. Yo estaba bastante segura de que me había confundido con otra persona.
Cuando volvimos para el almuerzo, se me acercó y preguntó: «¿Tú conduces un auto blanco?».
Encogí los hombros y respondí: «Hace unos años, sí».
Se rio y dijo: «Nos deteníamos en el mismo semáforo cerca de la escuela primaria casi todas las mañanas. Siempre cantabas alegremente y levantabas las manos. Pensé que adorabas a Dios. Eso hizo que quisiera hacer lo mismo, aun en días difíciles».
Alabando a Dios, oramos juntas, nos abrazamos y disfrutamos el almuerzo.
Mi nueva amiga afirmaba que la gente nota cómo se comportan los seguidores de Cristo, aun cuando pensamos que nadie está mirando. Al adoptar un estilo de vida de gozosa adoración, podemos presentarnos ante nuestro Creador en cualquier momento y lugar. Cuando reconocemos su amor constante y su fidelidad, podemos disfrutar una comunión íntima con Él y darle gracias por su cuidado permanente (Salmo 100). Con nuestras conductas, podemos inspirar a otros a alabar su nombre (v. 4).