Quedé pasmada ante los cientos de miles de candados enganchados en el Puente de las Artes, en París; muchos con las iniciales de parejas enamoradas. Este puente pedestre que atraviesa el río Sena se inundó de estos símbolos de amor; declaraciones de un compromiso «para siempre». En 2014, se estimó que pesaban unas cincuenta toneladas, lo que provocó que el puente colapsara y tuvieran que quitarlos.
Tantos candados de amor muestran el profundo anhelo que los seres humanos tenemos de un amor asegurado. En Cantares, en el Antiguo Testamento, se describe un diálogo entre dos enamorados, donde la mujer expresa su deseo de un amor seguro pidiéndole a su amado: «Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo» (8:6). Como un sello estampado en el corazón de él y un anillo en su dedo, anhelaba estar segura y protegida en su amor.
Este anhelo de amor romántico permanente nos apunta a la verdad del Nuevo Testamento de que estamos marcados con el «sello» del Espíritu de Dios (Efesios 1:13). Si bien el amor humano puede ser inconstante —y los candados pueden quitarse de un puente—, el Espíritu de Cristo que mora en nosotros es un sello permanente que demuestra el compromiso de amor interminable de Dios hacia cada uno de sus hijos.