Sara tiene una enfermedad que hace que sus articulaciones se luxen, lo que la confina a una silla de ruedas eléctrica para moverse. Hace poco, camino a una reunión, fue en su silla a la estación de tren, pero el ascensor no funcionaba. Otra vez… Al no poder llegar a la plataforma, le dijeron que tomara un taxi hasta otra estación a 40 minutos de distancia. El taxi nunca llegó. Sara se rindió y volvió a su casa.

Lamentablemente, le sucede seguido. A veces, la tratan mal por considerarla un problema. Y a menudo, se encuentra al borde de las lágrimas.

De las muchas leyes que gobiernan las relaciones humanas, la clave es «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18; Romanos 13:8-10). Además de prevenirnos de mentir, robar y abusar de otros (Levítico 19:11, 14), este amor también cambia nuestra manera de trabajar. Los empleados deben ser tratados bien (v. 13), y deberíamos ser generosos con los pobres (vv. 9-10). En el caso de Sara, los que reparan ascensores brindan un servicio importante.

Si trabajamos solo para ganar dinero o para beneficio personal, pronto trataremos a los demás como molestias. Pero si consideramos nuestro trabajo como una oportunidad para amar, las tareas más habituales se volverán una empresa santa.