Los socorristas siempre muestran dedicación y valentía cuando ocurren desastres. En el ataque al World Trade Center, en 2001, cuando miles de personas murieron o quedaron heridas, más de 400 trabajadores de emergencias también perdieron la vida. En honor a ellos, el Senado de los Estados Unidos declaró el 12 de septiembre Día Nacional del Ánimo.

Si bien parece extraño que un gobierno decrete un día así, el apóstol Pablo también pensaba que el ánimo era necesario para el crecimiento de una iglesia. «Animen a los de poco ánimo, […] apoyen a los débiles, y […] sean pacientes con todos», instruyó a la joven iglesia de Tesalónica (1 Tesalonicenses 5:14 rvc). Aunque atravesaban persecuciones, los alentó: «procuren siempre hacer el bien, tanto entre ustedes como con los demás» (v. 15 rvc). Sabía que los seres humanos tendemos al desánimo, el egoísmo y el conflicto, y que solo podríamos alentarnos con la ayuda y la fortaleza de Dios.


Hoy las cosas no son diferentes. Todos necesitamos ser animados, y debemos hacer lo mismo con quienes nos rodean. Pero no podemos hacerlo con nuestra propia fuerza. Por eso, la exhortación de Pablo es tan tranquilizadora: «[Jesús] que los llama es fiel, y cumplirá todo esto» (v. 24 rvc). Con su ayuda, podemos animarnos unos a otros todos los días.